Llevamos al sol y a los vientos dentro

Cuando un chamán dice que los seres humanos – como todos los seres – tenemos una conexión profunda con el cosmos, su afirmación no tiene sólo un significado simbólico. Reconocer que la tierra es un ser vivo, no es una mera metáfora de un concepto arcaico y desfasado. Insistir que hay que proteger y honrar a este ser, no es una charla esotérica, ni la expresión de un atraso cultural. Más bien, es la sabiduría más esencial que existe, una sabiduría que nos debería guiar si pretendemos vivir un tiempito más en este planeta.

El ser humano moderno, cree haber superado la etapa de desarrollo en la cual tenía sentido adorar al sol y a la luna, realizar ofrendas para los seres sagrados y a la madre tierra, pedir permiso antes de matar animales o árboles, y consultar a los cerros antes de penetrarlos. El hecho de que estas costumbres parezcan raras al hombre moderno, no quiere decir que éste entienda mejor a los procesos naturales. Al contrario. Quiere decir que ha perdido su sentido común. Que está atrapado en una ilusión.

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La ilusión del hombre moderno y «civilizado» se basa en la sensación de existir de manera separada y desconectada de la naturaleza.
Todas sus creencias y acciones parten de esa presunción. Sólo así es posible que algunos gobernantes hablen de una guerra respecto a Covid19. El enemigo que se combate en este caso es la naturaleza. Nos vemos confrontados con ella como si fuera un ejército que nos dispara con el virus, mientras nos estamos preparando para el contraataque – la vacuna.

Ya tenemos mucha experiencia en controlar la naturaleza «salvaje» y hostil para llevar más orden y seguridad a nuestra vida, y nuestras armas preferidas se llaman ciencia y tecnología. Tenemos sistemas de alerta para terremotos y tsunamis. Tenemos quimioterapias para el cáncer. Tenemos mini-drones para polinizar las flores cuando las abejas se extingan. Tenemos aparatos que convierten dióxido de carbono a oxigeno cuando ya no haya árboles. Podemos vencer a la naturaleza que solamente nos quiere hacer daño, somos más listos que ella – y andamos volviéndonos más listos todavía, investigamos constantemente, dividimos átomos y manipulamos el ADN; pronto vamos a aprender como clonarnos y producir alimentos de manera artificial. Pronto, ya no necesitaremos a la naturaleza y ya no amenazará a nuestras vidas.

En este sentido, la crisis actual es una prueba radical para el modelo mental moderno. Podemos mantener la lógica de la guerra y esperar que la ciencia y la tecnología nos salven, o podemos empezar a conversar sobre el hecho de que son justo la ciencia y la tecnología las que nos han llevado a esta situación desastrosa, destruyendo nuestra base de vida.

La probabilidad de que surja un zoonosis como Covid19, se acrecienta significativamente con factores como la deforestación, la agroindustria, el cambio climático y la resistencia microbiana – en resumen, con factores que tienen su origen en la actividad humana moderna que rompe equilibrios naturales y ecosistemas.

Frente a esto, no se justifica mantener la lógica de la guerra, pero en medio de la crisis siempre parece más urgente combatir síntomas que debatir la raíz del desastre y exigir un cambio inmediato y radical. La salvación no consiste en la vacuna o respiradores mejores, ni en toques de queda, sino en la transformación del sistema económico y del consumismo.

Tenemos que cuestionar de manera fundamental nuestros modelos mentales. Nos dicen que el patrón analítico, mecánico y científico es el único adecuado para explicar el mundo y manipularlo de tal manera que sirva a la humanidad. La lógica dominante del siglo 21 es tan antropocéntrica, que la preocupación más grande que provoca la extinción de las abejas, genera la pregunta: ¿Cómo se va a polinizar a las plantas que necesitamos para sobrevivir? Y no: ¿Qué hacemos para evitar la extinción de las abejas? La respuesta del hombre moderno es una solución técnica con la que se puede sustituir a las abejas, y listo.

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Eso significa: No se considera proteger a la naturaleza en sí, sino solamente en cuanto sirve a la humanidad.
El hombre moderno considera a la naturaleza como un almacén de recursos del cual puede servirse a su antojo: Como si el petróleo, la materia prima, los bosques, ríos y la tierra fértil, los animales y las plantas existieran solo para satisfacer nuestras necesidades. Nos estamos aprovechando constantemente, y cuando ocurre un problema, de inmediato se presenta una solución técnica. Confiamos que con la ciencia podemos arreglar todo. Nunca pensamos en devolver algo a este organismo que nos regala la vida – sea un agradecimiento, una ofrenda o por lo menos el esfuerzo de no destruirlo por completo.

En las comunidades indígenas del altiplano se habla del ayni, no solamente en las relaciones entre humanos, sino también en la relación entre humanos y la naturaleza. El ayni se basa en el principio de la reciprocidad, de apoyo mutuo, del equilibrio de dar y recibir. Si una relación es asimétrica porque una parte solo recibe y la otra solo da, se desarrolla un desequilibrio no solo material, sino también emocional y espiritual, lo que resulta en enfermedades y adversidad. Si un chamán, por ejemplo, quita una piedra de un río, no solo pide permiso, sino también deja una ofrenda y así pone en práctica el principio de la reciprocidad. Lo mismo ocurre cuando se pide apoyo o sanación a un Apu u otro ser espiritual. Si no se ofrece algo a cambio, la sanación va a fracasar. Estas prácticas rituales, nos recuerdan que el equilibrio de dar y recibir también es crucial en comunidades y sociedades humanas, para que funcionen a largo plazo – tanto a nivel local como a nivel global. Considerando eso, se evidencia que las sociedades del siglo 21, con sus asimetrías violentas  y su lógica de explotación se encuentran en un estado desolado y causan una multitud de daños y sufrimientos físicos y psíquicos.

Como señalado al inicio, no se trata de metáforas espirituales. Se trata de hechos  firmes: La vida humana en este planeta depende en primer lugar de las condiciones climáticas adecuadas (las que estamos destruyendo sistemáticamente), como también de alimentos y de agua. Y, como el acceso al agua tanto como la producción de alimentos está controlado por unas pocas empresas a nivel mundial, cuya prioridad no consiste en garantizar la vida y la salud, sino en beneficiarse, no se puede decir que nos estamos alimentando de manera muy saludable. Comida procesada con químicos, polvos que sustituyen a la leche materna y carne saturada con hormonas son algunos de los grandes logros del hombre moderno. Pero la base de todo lo que consumimos reside en una planta – hasta los animales necesitan de ella, pues ni vaca ni pollo sobreviven sin alimentos vegetales.

Eso quiere decir, muy concretamente: Todo lo que consumimos contiene la fuerza del sol, de la tierra y de la lluvia. Sin ellos no crece nada. Con cada vaso de agua que tomamos, nuestro cuerpo absorbe una sustancia que nos conecta con el ciclo global del agua. Cada vez que respiramos, recibimos partículas que exhaló un árbol. Cada una de nuestras células, antes eran parte de la tierra y llegaron de un viaje enorme a través del cosmos. «Nuestro cuerpo consiste en polvo estelar que llegó a la tierra hace millones de años», señala Ulrich Warnke, un profesor de física cuántica. «Sin el polvo de las estrellas que nació en varias supernovas, no existiría vida en la tierra. Los átomos que forman nuestros cuerpos tienen su origen en la inmensidad del cosmos, y después de nuestra muerte van a volverse polvo otra vez.» Se trata de un ciclo eterno cuyo alcance es mucho más amplio que nuestro planeta. Considerando eso, es conveniente preguntarnos si realmente es tan fuera de lugar y primitivo adorar al sol, a la tierra, a los ríos y a los vientos. No sólo porque sin ellos no existiríamos, sino porque en cada momento de nuestra vida, los llevamos dentro. Son parte de nosotros como nosotros somos parte de ellos.

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El cuerpo humano consiste por lo menos en un 60 por ciento de agua, y cada gota pudo haber sido parte del océano, de una nube, de un río o un manantial el día de ayer, como señala el médico indio Deepak Chopra: «Una gota de agua se convierte en vapor, el cual es invisible, sin embargo, el vapor se materializa al formar nubes voluminosas, y la lluvia desciende de las nubes y regresa a la tierra para formar los torrentes de los ríos y eventualmente desembocar al mar. ¿Ha muerto la gota de agua durante este trayecto? No. Simplemente tiene una nueva forma en cada etapa. De la misma manera, la idea de que yo poseo un cuerpo fijo, inmovilizado en el espacio y en el tiempo, es un espejismo». En realidad, todas nuestras células se renuevan constantemente, así que tenemos un cuerpo completamente nuevo cada cinco a siete años.

Antes de nuestro nacimiento, todas los partículas de nuestro cuerpo estaban integradas en otras partes de este cosmos inmenso, y después de nuestra muerte volverán a integrarse en él. De esta manera estamos relacionados tan profundamente con el universo, como si estuviéramos conectados a través de un cordón umbilical que nos alimenta, así que hablar de la madre tierra es tan poco fuera de lugar como hacer ofrendas como ayni. El hecho de que todo esté conectado con todo, también es una de las enseñanzas de la física cuántica, y Albert Einstein dijo: «Cada ser humano es parte de lo que llamamos el universo. Pero vive bajo la impresión que sus pensamientos y sentimientos existen como algo separado. Eso es una ilusión.» Hoy, se puede comprobar las relaciones universales de manera científica, pero los maestros espirituales ya sabían de ellas hace miles de años. Lo explicaban en otras palabras, pero la esencia era la misma, y no hay por qué calificar su sabiduría como inferior o menos creíble que los conocimientos de los científicos de hoy.

Si de verdad fuéramos capaces de sentirnos parte de este organismo cósmico, en vez de creernos dueños de la naturaleza, se nos abriría una perspectiva y un entendimiento muy distinto. El surgimiento de un virus como el Covid19 por ejemplo, si bien es un peligro para la humanidad, es un remedio para el cosmos. Para él, los seres humanos no somos víctimas sino el verdadero virus. Partiendo de eso, se podría llegar a la siguiente conclusión: Estamos tan conectados con la naturaleza, que ella literalmente fluye a través de nuestro cuerpo, nos envenenamos a nosotros cuando la envenenamos a ella. Y sí, la envenenamos: Con pesticidas que contaminan los suelos y los ríos. Con residuales de carros, aviones y las industrias que se disuelven en el aire y destruyen la atmósfera. Con químicos que utilizamos en la minería. Con la explotación de petróleo que mata la vida en las selvas y en los océanos, etc. La lista es infinita. Y a pesar de lo obvio que es, el hombre moderno hasta ahora no entiende que es él quien come las verduras saturadas de pesticidas, que es él quien respira el aire contaminado, que todos los venenos que infiltramos a la tierra, al final llegan a su cuerpo.

Deberíamos honrar al organismo cósmico cuyo parte somos por sí mismo, a este ser vivo que se ha convertido en un sistema perfecto por millares de años, con sus ciclos, su capacidad de auto-regulación y por su generosidad de hacernos parte. Pero entiendo que sentir aprecio o agradecimiento sería exigir demasiado del hombre moderno, ni hablar de hacer ofrendas, pues él considera al cosmos como un sistema mecánico, lo cual por suerte funciona de una manera que nos permite vivir en él. Bueno, olvidémonos de homenajes y ofrendas, pero por lo menos exijamos a este hombre que se llama moderno y altamente civilizado, que cuide su base de vida. Eso nomás.

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